La Brevedad de la Vida y la Importancia del Tiempo

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La Brevedad de la Vida

La mayoría de los hombres, Paolino, se lamenta de la cattiveria de la naturaleza, porque venimos generados para (vivir) poco tiempo, porque este espacio de tiempo que nos ha sido concedido corre tan velozmente, tan rápidamente, que la vida, a excepción de poquísimos, abandona a todos los demás proprio mientras se preparan a vivir. Y no sólo la multitud y el vulgo ignorante se quejan de este mal, a lo que creen común: este estado de ánimo ha suscitado quejas incluso de hombres ilustres. De aquí nace la frase del más grande de los médicos: "La vida es breve, larga el arte". De allí la acusación para nada adaptada a un hombre sabio, que Aristóteles mueve a la naturaleza: “Que ella ha concedido tanto tiempo a los animales, que viven por cinco o diez generaciones, (mientras) para el hombre, que ha nacido para empresas tan numerosas e importantes, está fijado un término mucho más breve.” No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida es suficientemente larga y (nos) ha sido concedida en abundancia para la realización de grandísimas empresas, a condición de que se la emplee bien toda ella; pero cuando (ésta) se pierde entre el placer o la dejadez, cuando no la empleamos para ninguna actividad útil, cuando al final la extrema necesidad nos obliga, nos damos cuenta de que ha pasado (aquella vida) que no hemos comprendido que pasaba. "Es precisamente así, no hemos recibido bien la vida, sino que la hemos hecho (breve) y no somos pobres de ella, sino pródigos.” Como las riquezas, (por más que) vastas y regias, se desvanecen en un instante cuando terminan en manos de un mal administrador: mientras que, por más que modestas, aumentan con el uso si se confían a un buen gestor; así nuestra vida se acrecienta mucho para quien la emplea bien.

La Libertad de los Sabios

Sólo entre todos son libres de obligaciones aquellos que se dedican a la sabiduría, sólo ellos viven: ni siquiera administran bien sólo su edad: cada época la añaden a la propia; todos los años que han transcurrido antes de ellos, por ellos son adquiridos. Si no somos del todo ingratos, aquellos ilustrísimos iniciadores de sacras opiniones han nacido para nosotros, para nosotros han preparado la vida. A cosas bellísimas extraídas de las tinieblas a la luz somos conducidos por la fatiga ajena; de ninguna época hay para nosotros interdicción, a todas las épocas somos admitidos y, si con grandeza de ánimo nos place salir de las estrecheces de la humana debilidad, hay mucho tiempo a través del cual podemos extendernos. Se puede discutir con Sócrates, dudar con Carnéades, con Epicuro reposar, vencer con los estoicos la naturaleza del hombre, con los cínicos sobrepasarla. Visto que la naturaleza nos permite avanzar en la coexistencia con cada época, ¿por qué a partir de este exiguo y caduco pasar del tiempo no deberíamos entregarnos con toda el alma hacia aquellas cosas que son inmensas, que son eternas, que son comunes con personas mejores?

Carta a Lucilio: La Importancia del Presente

Seneca saluda a su Lucilio. Haz así oh mi Lucilio: reivindica tu derecho sobre ti mismo y el tiempo que hasta ahora o te era quitado o te era sustraído o se te escapaba, recógelo y guárdalo. Convéncete de que es proprio así como escribo: algunos momentos nos son quitados, otros nos son sustraídos, otros se nos escapan. Sin embargo, la pérdida peor es la que ocurre por negligencia. Y si quieres prestar atención, (notarás que) gran parte de la vida se escapa haciendo el mal, la mayor parte no haciendo nada, toda la vida haciendo otra cosa. ¿A quién me indicarás que atribuya algún valor al tiempo, que aprecie el valor de un día, que se dé cuenta de morir cada día? En esto, en efecto, nos equivocamos al ver la muerte delante de nosotros: gran parte de ella ya ha pasado; la muerte retiene todo el tiempo que está detrás (de nosotros). Entonces, Lucilio mío, haz lo que escribes de hacer: sujeta fuerte cada hora; ocurrirá así que dependas menos del mañana, si te adueñas del hoy. Mientras se pospone, la vida pasa. Todo pertenece a otros, sólo el tiempo es nuestro, la naturaleza nos ha hecho dueños de este único bien, fugaz y lábil, del cual cualquiera que quiera puede privarnos. La estupidez de los hombres es tan grande que (ellos) aceptan, cuando los han obtenido, que les carguemos en cuenta bienes insignificantes y sin valor y, en cualquier caso, recuperables; (pero) nadie que ha recibido tiempo cree deber nada, cuando en cambio éste es el único bien que ni siquiera una persona agradecida puede restituir. Preguntarás tal vez qué hago yo que te doy estos consejos. Te lo confesaré francamente, (hago) lo que le ocurre a un hombre amante del lujo pero cuidadoso, llevo la cuenta de los gastos. No puedo decir que no pierdo nada, pero puedo decir qué pierdo, por qué y de qué modo: puedo dar cuenta de los motivos de mi pobreza. Pero me ocurre lo que a la mayor parte de los que han quedado reducidos a la miseria no por su culpa: todos los excusan, nadie los ayuda. ¿Y entonces? No considero pobre (a aquel) al que le basta ese poco que le queda: prefiero, sin embargo, que conserves tus bienes, y comenzarás a tiempo. En efecto, como pensaban nuestros antepasados "es demasiado tarde (ahorrar cuando se ha llegado al fondo)". En efecto, no sólo en el fondo queda lo menos, sino lo peor. Que estés bien.

La Clemencia del Emperador

He empezado a escribir sobre la clemencia, oh César Nerón, para servir en cierto modo de espejo y para mostrarte que llegarás al placer más grande de todos. Si bien el verdadero fruto de las acciones rectamente cumplidas es el haberlas realizado y no hay ninguna recompensa de las virtudes digna de ellas, excepto ellas mismas, complace recoger y examinar la (propia) buena conciencia, luego dirigir la mirada a esta inmensa multitud discordante, pendenciera, incapaz de dominarse, pronta a lanzarse a la ruina ajena del mismo modo que a la propia, con tal de romper este yugo, y decir así para sí: "¿Yo entre todos los mortales he agradado y he sido elegido para hacer en la tierra las veces de los dioses? Yo soy árbitro de la vida y de la muerte para los pueblos; qué destino y qué condición cada uno deba tener, depende de mí: qué es lo que el destino quiera asignar a cada uno de los mortales, lo afirma por mi boca; en base a mi respuesta, pueblos y ciudades conciben razones de alegría; ninguna región en ningún lugar florece sin mi voluntad y mi favor: estas numerosas milicias de espadas, que mi paz mantiene a freno, serán empuñadas a mi señal; me corresponde a mí decidir qué pueblos deban ser destruidos por completo, cuáles deban ser trasladados, a cuáles se deba conceder la libertad, a cuáles arrebatársela, cuáles deban ser esclavizados; alrededor de la cabeza de quién deba ser puesta la corona real, qué ciudades deban ser demolidas, cuáles deban nacer."

Las Desgracias y el Hombre Bueno

"¿Por qué razón a los hombres buenos les ocurren muchas desgracias?" Al hombre bueno no le puede ocurrir nada malo: los contrarios no se mezclan. Del mismo modo en que tantos ríos, tantas lluvias caídas del cielo, tanta abundancia de fuentes con propiedades medicinales no alteran el sabor del mar, y ni siquiera lo rebajan; así el asalto de las adversidades no modifica el ánimo del hombre fuerte: él permanece fiel a sí mismo y, cualquier cosa que ocurra, la adapta a sí: él es más potente que todas las circunstancias externas. Y no digo que no las perciba, sino que las vence y que, por lo demás tranquilo y plácido, se yergue contra lo que lo acosa. Considera ejercicios todas las adversidades. ¿Quién, en efecto, con tal de que sea hombre y esté encaminado a acciones honestas, no aspira a una justa fatiga y no está dispuesto a cumplir con sus deberes incluso a costa de correr peligro? ¿Para qué persona activa el ocio no es un castigo? Vemos que los atletas, a quienes les importan sus fuerzas, se enfrentan con todos los más fuertes y exigen de quienes los entrenan para la competición, que usen contra ellos todas sus fuerzas: soportan ser golpeados y maltratados, y si no encuentran adversarios individuales a su altura, se enfrentan con varios a la vez. La virtud sin un adversario languidece: cuán grande (ella) sea y cuánto valga aparece cuando muestra de qué es capaz con la paciencia. Has de saber que los hombres buenos deben hacer lo mismo: no temer las durezas y las dificultades y no quejarse del destino, cualquier cosa que ocurra considerarla un bien, convertirla en bien; no importa qué se soporte, sino cómo se soporte.

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